miércoles, 17 de enero de 2007

Más sobre el Taller de Teatro Narrativo

Un taller, tal y como yo lo concibo, va más allá de la simple adquisición o apropiación de técnicas de expresión oral escénica o, en general, técnicas teatrales. Nunca, tratándose de arte, el público va a observar sobre el escenario un despliegue de técnicas más o menos perfeccionadas. Va a ver, sustancialmente, lo que esas técnicas posibilitan, que es la aparición de lo inexplicable, de lo extraño, de lo otro, que no es otra cosa que el alma misma del artista vestida con cualquier tipo de ropaje: mientras llora una anciana teje la mortaja para su hijo; la confesión milimétrica y despiadada de un asesino de niños; el sueño enamorado de una novia; el baile alucinante de un hombre que al despertar un día se encuentra convertido, a diferencia de Gregorio Samsa, en una hermosa mariposa; las confidencias de un ebrio; una exposición erudita sobre las complejidades astrológicas del cielo; la cantaleta de una madre a una hija descarriada, diálogos de todas las clases, fiestas, conflictos, acuerdos, todo, absolutamente todo cabe sobre un escenario, a condición de que las técnicas que lo sustentan permitan la aparición del ángel o del demonio.

En los talleres que yo dicto no hay alumnos en el sentido convencional de la palabra. Lo fascinante de un taller o cualquier cosa que se le parezca, es la convivencia creativa con un grupo de individuos. Un taller, tal y como yo lo concibo, es un renacer de uno mismo. Es permitirse el alumbramiento de los muchos otros que uno tiene adentro y que al salir, paradójicamente, fortalecen el sentido de unidad del individuo. La labor de un taller, a mi juicio, debe tener un sentido en gran medida religioso, entendiéndose "religión" en su significado original: RELIGAR, volver a unir, poner de nuevo en contacto al ser humano con el sentido sagrado de la vida, que nada tiene que ver con pertenecer o no a las religiones oficiales. Un taller, no es tanto aprendizaje como descubrimiento, y el único descubrimiento importante tanto para el arte como para la vida, es el descubrimiento de uno mismo, con todas sus potencias y debilidades, pues, una vez conocidas, se trata de dar libre vuelo a todas nuestras potencias manteniendo un control conciente sobre nuestras debilidades.

Para hacerlo, este taller combina una amplia gama de ejercicios físicos con ejercicios mentales. Una cosa no va sin la otra: no se puede liberar verdaderamente el cuerpo sin liberar la mente. Y no se pueden liberar el cuerpo y la mente, sin que surja un individuo nuevo. Eso es exactamente lo que el taller se propone: convertir a quien participa en un individuo nuevo, repito, sin importar la edad, el sexo, condición profesional o intelectual o características físicas (puede ser gordo, flaco, alto o bajito, negro, amarillo o blanco).

Alguien decía que a un descubrimiento podía llegarse de dos maneras: o por casualidad o por empeño. Yo creo que a un descubrimiento se llega por un enorme empeño en dar sentido a muchas aparentes casualidades. El arte es una creación conciente de la magia. No existe un artista verdadero que no sea, también, un verdadero mago. El arte y la magia son dos dimensiones indisolubles: no hay arte sin magia ni magia sin arte. Es más: la división entre arte y magia es una división arbitraria.

Curiosamente, ese poder mágico del arte se consigue en gran medida con prácticas de albañil: "hay que sudarla". Hay que sudar para dejar de sentirnos ridículos, con todas las espléndidas consecuencias que eso trae. Dominada esa situación (el miedo al ridículo), la creación viene por cuenta propia. Si me preguntaran, qué es lo más esencial del taller, yo respondería: el descubrimiento de los mundos infinitos que hay detrás de mi miedo al ridículo. Así, el taller consta de los siguientes PASOS:

El primer paso en el taller se llama: Dejar de sentirnos ridículos
El ridículo canta
El ridículo llora
El ridículo hace poemas ridículos de amor
El ridículo hace un discurso ridículo a la patria
El ridículo se come ridículamente un banano
Etc, Etc, Etc.

El orden, como es apenas obvio, es intercambiable y las posibilidades son, técnicamente, infinitas.

En el desarrollo de esas facultades, el participante irá descubriendo sus propias técnicas de expresión, que son lo más importante. Descubrirá su cuerpo y con su cuerpo su voz, sus movimientos, y algo maravilloso: su pensamiento.

Todo lo anterior entraña una condición sine qua non, indispensable: querer hacerlo. Y querer hacerlo significa que al taller no se ingresa con el ánimo simplemente de recibir, sino con el propósito lúcido de dar. Nunca se recibe más de lo que se da, decían los antiguos. Y un artista, en su arte, tiene que proponerse y lograrlo, convertirse en el ser más generoso del mundo, para que suceda el milagro sobre el escenario.

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