martes, 3 de abril de 2007

Historia de la Narración Oral (3)

MISTAGOGO


SONDA NUMERO UNO
SOBRE NARRACIÓN ORAL


III. Facilidad Tramposa

Una de las mayores confusiones a que se presta la narración oral, es que a primera vista parece fácil. Bastaría con memorizar un cuento y después decirlo frente a un auditorio, con una actitud parecida a la que empleábamos los niños de antaño a la hora de recitar la lección frente al maestro: una cuestión más de memoria que de estilo. Pero Dios sabe que si hay algo endemoniadamente difícil es contar algo y que resulte creíble. Narrar, narrar un cuento (no un chiste), siendo un hombre de ciudad a finales del siglo XX y principios del XXI, una época donde lo visual es absolutamente determinante, supone un dominio de la palabra hablada que para ser efectivo tiene que ser necesariamente magistral. Un actor, en una obra de teatro que no sea un monólogo, puede darse el lujo de ser mediocre, sin que su mediocridad hunda la nave, pues su torpeza puede ser arropada por el eventual talento de sus compañeros de juego en el escenario. Un narrador, una vez subido al escenario, está solo, y salvo Dios, no hay nadie quien le ayude. Depende por entero de su talento personal y el talento personal no es una perla que compremos con tres centavos en el puesto de dulces de la esquina. Entendámonos: se puede ser un actor de teatro sin mucho talento y sobrevivir, pero no se puede ser un narrador oral sin estar en posesión de un talento neto y detectable. Un narrador oral sin talento, como un amante en la cama sin el suyo, lo único que tiene asegurado es nuestra antipatía.

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