lunes, 16 de abril de 2007

Historia de la Narración Oral (4)

MISTAGOGO


SONDA NUMERO UNO
SOBRE NARRACIÓN ORAL


IV. La facilidad del que enseña y la dificultad del que aprende

A finales de los años ochenta apareció en Bogotá un cuentero cubano con el loable propósito de enseñar a los jóvenes colombianos a contar cuentos. En efecto, el entusiasmo que despertó entre los jóvenes inquietos que creían tener una clara vocación artística que aún no había encontrado la horma de su zapato, no sólo fue inmediato, sino en muchos casos, delirante.

La mayoría de jóvenes discípulos, y otros no tan jóvenes que reclutó el maestro cubano para conformar lo que pudiéramos llamar una novísima academia del cuento en su versión tradicional y oral, pertenecía a ese grupo heterogéneo de seres humanos que vulgarmente se ha clasificado como artistas incomprendidos, no tanto porque la sociedad en que habitan se niegue a comprender su arte, sino porque la sociedad en que habitan no comprende su apasionada exigencia de que se les considere artistas, cuando no producen arte. En su mayoría eran individuos que se hallaban estudiando carreras en la universidad, ejerciendo profesiones o desempeñando oficios que no tenían nada o casi nada que ver con lo que ellos creían era su verdadera vocación, pero incapaces de conectar con una cualquiera de las artes convencionalmente establecidas, tales como la pintura, la literatura, el teatro o la música, y obligados, en consecuencia, a hacer cosas con las que medianamente estaban conformes. Eran, artísticamente hablando, en su mayoría, individuos desubicados. No todos, claro está, pues los había que estaban francamente perdidos y otros, una minoría, que tenían carreras artísticas reconocidas principalmente en el campo del teatro y se acercaban a la narración por una especie de curiosidad intelectual, muy propia de los artistas en edad de renovarse. Así, la aparición del maestro cubano en sus vidas tuvo el carácter de una revelación.

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